El 6 de noviembre de 1929 nace la VCV. El ciclismo es un deporte en auge y los ‘ases’ de las dos ruedas comienzan a tener cierta fama entre los aficionados. Los Cardona, Cañardo, Ezquerra, Escuriet y compañía copan las discusiones sobre quiénes son los favoritos en la que va a ser la primera edición de esta Vuelta Ciclista a Levante. Su reputación en otras carreras como la Volta a Cataluña o El Circuito del Norte en el País Vasco les avala. Es a ellos a quien quiere ver el público que abarrota las cunetas a lo largo y ancho de la Comunitat Valenciana. A ellos, pero también a otro particular personaje. El protagonista de nuestra historia. El ‘bufón’ de la VCV: Francisco Lozano, ‘Catalina’.
«Cerrando la marcha el impertérrito ‘linterna roja’ Paco Lozano, que quedó atrás merendando en un campo de Almusafes varios moniatos que un labriego le ofreció», (El Pueblo, 1929). Esta es la primera referencia a ‘Catalina’ que encontramos en las crónicas de la época. Es la cuarta y última etapa de la I Vuelta Ciclista a Levante y este antiguo socio de la Velo Club, natural de València, ya despierta la curiosidad de quienes se acercan al ciclismo. Su fama en ese momento se la debe en parte al Tour de Francia, donde la figura del ‘Lanterne Rouge’ (farolillo rojo o linterna roja en España) es ya popular entre el aficionado. Un reconocimiento al último clasificado y que hace referencia a la luz roja que se colocaba en el último vagón de un tren de la época. Representa al corredor popular. Al que, sin apoyo de equipos o marcas, batalla cada etapa por completar el recorrido y, con algo de fortuna, llevarse el premio económico que se daba entonces al último clasificado en cada etapa.
«Yo siempre llegaba cuando apenas faltaban unos minutos o segundos para el cierre del control. La gente de los pueblos me esperaba estoicamente y me animaban. En una de las ediciones, salí de casa con 20 céntimos y regresé después de bien alimentado con 28 duros», confiesa ‘Catalina’ en palabras rescatadas por Recaredo Agulló para un artículo en Levante-EMV. Y es que no solo dinero buscaban estos ‘farolillos rojos’, también comida, pues la miseria y el hambre estaban más que presentes a finales de los años 20 e inicios de los 30. «Al entrar a un pueblo, yo preguntaba en tono lastimero y con voz jadeante: ‘¿Hace mucho que pasaron mis compañeros? Me siento morir. Inmediatamente, las mujeres me daban un poco de caldo, ‘fill meu i un got de llet’. No me privé de nada. En ocasiones, algunas huertanas me ofrecían una hogaza de pan tierno y una ristra de botifarras que yo devoraba cuando nadie me veía», relataba Catalina.
Un ‘As’ en lo suyo
Si una cosa hay que reconocerle a Paco Lozano es lo bueno que era… en lo suyo, claro. Participó en las cinco primeras ediciones de la Vuelta Ciclista a Levante (1929-1933) y en cuatro de ellas se llevó el premio de consolación. Solo en 1932 se vio privado de tal honor. El motivo: calculó mal el margen de tiempo que le sacaba el pelotón en la primera etapa y llegó a la meta en Morella fuera de control, por lo que fue descalificado. Se le daba demasiado bien esto de llegar el último.
En 1929 hizo pleno. Cuatro etapas de cuatro. Para contextualizar mejor la hazaña, hay que señalar que tomaron la salida en Valencia 66 ‘routiers’ y que solo 30 cruzaron la meta en La Alameda cuatro días más tarde. Más de la mitad fueron causando baja en un ciclismo precario, sin medios, en el que completar una etapa era poco menos que una heroicidad. Catalina no sería el más rápido, pero sí probablemente el más terco. Por muchas penurias sufridas, él tenía que llegar a la meta; y hacerlo el último.
Caeríamos en el error si pensásemos que Catalina estaba solo en esta pelea por el ‘farolillo rojo’ de la VCV. Dado que los premios económicos para el último clasificado en cada etapa eran considerables, pronto se creó una competición paralela a la de la victoria en la clasificación general. En 1930, se vio sorprendido por Enrique Belenguer, quien llegó diez minutos más tarde que él a la meta en Alicante en la primera etapa. Pero por algo Catalina era el mejor. En la segunda etapa, se dejó más de 20 minutos y ya nadie le quitó ese último lugar. Contaba nuestro protagonista que incluso una vez llegó a un acuerdo con otro ciclista para entrar juntos en meta y repartirse el premio, pero que a escasos metros del final lo tiró al suelo de un empujón y toda la gloria fue para Catalina. La picaresca española, ya saben.
Por último, y para comprobar la popularidad que fue ganando Paco Lozano con el paso de las ediciones, un comentario rescatado de las páginas de El Pueblo en la edición de 1931. «Creían nuestros lectores que habíamos olvidado al Gran (así, con mayúscula) Francisco Lozano, alias CATALINA; pues no, señor; no lo hemos olvidado. Catalina, como siempre, se ha clasificado el primero… ya se sabe comenzando por donde. Pero lo más importante es que Catalina ya se permite el lujo de marchar en cabeza, llevándole el tren a Cañardo y cruzar las poblaciones recibiendo las ovaciones de las multitudes y las sonrisas de las bellas», relata la crónica.
¿Cambió esta popularidad el carácter de Catalina?, a juzgar por unas líneas más abajo en ese mismo comentario, pareciera que no. «El señor Echániz, representante de la casa Orbea, ha intentado repetidas veces incorporar al equipo de la casa a Catalina, pero éste, que se siente siempre autónomo, ha exigido unas condiciones poco menos que irrealizables para correr en la próxima Vuelta a Levante la marca de aquella importantísima manufactura velocipédica. ¡Los hay exigentes de verdad!» (Gasco, El Pueblo, 1931).
Y así concluye el repaso al protagonismo de Catalina en la Vuelta Ciclista a Levante, la cual sufrió un abrupto parón en su calendario entre 1934 y 1939 por motivos de sobra conocidos. En 1940, cuando se recupera la prueba, ya no encontramos rastro de un Paco Lozano que, cuentan, iba a veces incluso disfrazado de bufón del S. XVIII sobre la bicicleta. De esta particular manera, Catalina escribió su nombre en los libros de historia de la VCV – Volta a la Comunitat Valenciana. Desde aquí, nuestro recuerdo y reconocimiento.